Pensar en las personas antes de diseñar y crear
Desde hace tiempo, más y más especialistas prestan atención a la manera en la que nos vinculamos con la tecnología. La interacción entre humanos, sistemas y artefactos es pensada desde su diseño y testeada con el objetivo de hallar características que permitan entender mejor a los usuarios y facilitarles la vida.
Hoy es impensable trabajar en la industria del software o de los dispositivos sin tener un departamento a cargo de la UX (user experience -en inglés-, o experiencia del usuario) y la UI (user interface o interfaz del usuario) para entender y guiar al consumidor mientras utiliza un producto.
Siempre hubo un interés en el diseño por adaptarse a sus destinatarios. En informática y tecnología digital la revolución llegó a comienzos de la década del 80. Computadoras personales y sistemas operativos introdujeron herramientas y ensayos. Aparecieron términos como “escritorio” y “ventana” mientras se perfeccionaron accesorios periféricos como los teclados, el mouse o los trackpads.
La aparición de los íconos y movimientos como el click o el arrastre dentro de la pantalla mejoraron la experiencia y extendieron el uso de las computadoras a nuevos usuarios.
Las pantallas de las computadoras mejoraron, los procesadores se volvieron más veloces y aparecieron nuevos dispositivos, tablets y teléfonos inteligentes. También nuevas formas en las que los usuarios podían interactuar con sus dispositivos, programas y aplicaciones.
Pantallas táctiles, cámaras con Realidad Aumentada y la capacidad para procesar el lenguaje natural con la voz humana abrieron un abanico con muchas más chances de interacción.
La mejor interfaz es aquella “que desaparece” y se integra de manera tan profunda en nuestra vida cotidiana que nunca está en primer plano. Las tecnologías más significativas son las que no se distinguen.
A medida que se perfeccionen las formas de interacción, se volverá más difícil separar la interfaz del producto. En la actualidad, los comandos de grifería más comunes en las casas no necesitan una explicación para ser usados: simplemente sabemos cómo usarlos.
Aunque existen numerosos modelos y opciones, no se requieren instrucciones para lograr nuestro objetivo, ya sea bañarnos con la temperatura deseada, lavarnos las manos o cocinar. Cuando sabemos intuitivamente cómo reaccionar, lo consolidamos.
La tecnología seguirá teniendo un rol central dentro de cien años pero es posible que no sea tal como es ahora. Es interesante imaginar lo que sucederá en 2121 para entender lo mejor de nuestro presente y lo que puede ser mejorado.
El futuro de las interfaces será más integrado, invisible y personal. Tocará replantearse cómo se crea la tecnología desde el momento mismo de la idea de un producto o servicio.
Nuestro hogar, nuestro reino
Las interfaces son exitosas cuando podemos interactuar con libertad. Por eso los dispositivos deben ser pensados para poder ser utilizados sin interponerse en la rutina cotidiana de los habitantes de la casa. Será deseable que la totalidad de la aparatología esté centralizada en alguna plataforma.
La “tecnología inteligente” actual prefiere estar en primer plano, mientras que nuestra preferencia por la “tecnología sabia” impone que todo ocurra en la periferia y sin interrumpir a nadie. En nuestras próximas casas, cualquier superficie podrá ser una interfaz táctil inteligente, desde una mesa hasta una pared, sin necesidad de botones ni pantallas.
Muchos de los sistemas automatizados deberán registrar patrones de conducta, aprenderlos e incluso predecirlos. Como persianas y cortinas de una casa que suelen levantarse y cerrarse en horarios acordes a la época y luz del año. “La casa del futuro va a tener relación directa entre máquinas y comportamientos”, asegura el arquitecto Emiliano Espasandin.